Mandarinas

 Una vez robaron mandarinas del único árbol que había en la zona: en la escuela.

"Eran recién casados" me dice el joven ganadero y agrega que sus padres habían construido un ranchito al borde del arenal, a cuatro cuadras del Río Dulce.
"Ella tenia antojo porque estaba embarazada de mi hermana".
Así le contó la anécdota su madre.
Dice que esa siesta comieron mandarinas hasta el empacho. Mientras volvían al ranchito iban escupiendo las semillas por cualquier parte.
En el verano venían las crecidas y el agua del río llegaba a cincuenta metros.
A la semana bajaba el caudal. Quedaba el limo.
Un día su padre encontró cerca de la casa cuatro plantitas de mandarina.
Las trasplantó.
De esas mandarinas fueron sacando otros plantines para fijar el suelo arenoso.
Con los años llegaron a tener una lonja de tres kilómetros al costado del Dulce.
Las cuatro vacas y el toro que los padres compraron vendiendo mandarinas al mercado llegaron a ser como cuarenta.
"Antes -me contó el joven ganadero - se carneaba y se vendía así nomas. La carne nuestra era famosa por la terneza y el sabor. Hasta de la capital de Santiago venían a buscarla".
La madre del muchacho todavía hace milanesas para algunos restaurantes de la ciudad. "Son una manteca" exclama. Ella tiene ahora casi 80.
Las vacas todos los agosto y los septiembres comen mandarinas.

Alcides Cruz.

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