La experiencia

La experiencia de los abuelos sirve a los nietos, mientras los padres hacen la suya propia y a la vez sus hijos la desobedecen porque No les resulta lo suficientemente creíble puesto que los ven equivocarse todo el tiempo o arrepentirse de errores evitables. Al final los hijos aprende por sus propios golpes. Entonces, con los magullones y dolores, terminan por dar la razón a los abuelos y secundariamente a los padres cuando estos se apoyan en un bastón o directamente están muertos.

Inclusive los hijos suelen dar consejos a los padres medianamente jóvenes porque la velocidad de los acontecimientos del diario vivir, particularmente aquellos que se desprenden de las tecnologías, superan las capacidades de asimilación de seres humanos preparados para un mundo más lento. En esa misma vorágine de segundos, los hijos suelen obviar los detalles. 

En los detalles están las claves que No se encuentran en las contraseñas y las respuestas que la inteligencia artificial concede como un resumen explicado de otras experiencias para las cuales se necesitan varias vidas vividas en diversas locaciones e idiosincracias del planeta. 

En un buen porcentaje, la experiencia sirve para las cosas materiales más que para las intangibles del alma. Un buen consejo puede ser utilizado con ventaja para hacer las papas fritas crujientes y otras aplicaciones más complejas como la cirugía cardiovascular. 

Y aun siguiendo al pié de la letra, el sujeto deberá experimentar su propia sensación y acomodar el ánimo o el cuerpo a las circunstancias personales. La experiencia aconsejada caducará en ese preciso instante. 



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