Meo de gato

Me arrepiento del día en que admití que en casa entrara una gata. La nena quería una mascota. La hice castrar. No hay caso. Igual vienen otros gatos del vecindario. ¡Que taimado e insistidor que es el gato!

Siempre considere al gato un animal inútil. Salvo aquella siamesa que tuve en la quinta que liquidaba las lauchas en la época de las uvas cuando venían -de no se donde - al parral.

La gata mataba a las ratas y el ovejero alemán no dejaba gato vivo.
No había olor a meo de gato.

No había gato enamoradizo que se atreviera a cruzar la ligustrina.
Entre el ovejero y la siamesa había como un pacto de no agresión.

Hoy no quiero tener perro salvo que sea un manto negro certificado por POA. No puedo comprar uno, así que ni pensarlo. Ademas seria un sacrilegio en un terreno de veinticinco metros de fondo.

En fin. Ando pensando en una honda muy seguido últimamente. Cuando era chico las fabricaba bastante buenas con orqueta de paraíso o de algarrobo blanco.
Las lagartijas en las siestas santiagueñas supieron de mi puntería "grado olímpico".

Un vecino los trampeaba a los gatos con un lazo de alambre de fardo.
Loa gatos como las ratas tienen la misma puta costumbre de repetir los senderos. Esa es su debilidad táctica.

Estoy tan enojado con el gaterío circundante que imagino perversidades.
Siento que se mofan cada mañana a las siete en punto cuando vienen lo mas campantes y maullan como si llamaran por el nombre a nuestra gata.

Nuestra gata para las orejas, se estira boludamente y se va a la puerta.
Se sienta. Mira el picaporte. Dice "miau" para salir como si la vinieran a buscar en un descapotable.

Meo de gato. Persistente. Olor a amoniaco.
Insoportable. Agua con desodorante para pisos.
Peor. Fuera gatos y la recalcada $#@!
Alcides Cruz.

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