Leon en San Ignacio

La luna llena del 9 de abril de 2009 se colgó del cielo de San Ignacio mientras una brisa fresca iba y venía con la música, rebotando en los paredones de la historia fundacional de los jesuitas en estas tierras guaraníes. La gente llegó desde temprano para lograr la mejor ubicación frente al escenario y al mismo tiempo ejercitar una maratónica muestra de aguante a mate, chipa o biscochitos.
Muchos quizá ignoraban que detrás del evento había un inocultable “hecho político” con la figura de León Gieco y las imágenes de los represores de los 70 proyectadas sobre las piedras. Algunos se dieron perfecta cuenta y no ocultaron su desagrado pero la promesa de un espectáculo inusual superó a las muecas de fastidio. Supimos que les hablaron largamente a León y a Joselo para que se muestren verbalmente moderados en el escenario.

Cuando llegó la hora de empezar, una señora asombrada advertía a los recién llegados que ya no cabía un alfiler; un poco de venenito lugareño para desinflar la invasión petulante de los extraños. Por el otro lado, un remisero ofrecía sus “beneficios asistenciales” a 7 pesos las 10 cuadras entre la ruta 12 y el predio.

Y la policía…solamente veía rodados, vehículos, automóviles y nada más. Los peatones no existían en su diagrama operacional. Un espantapájaros hubiera prestado mejor servicio para indicar dónde era el concierto. Seguir la manada es la lógica usual cuando no se conoce al sitio. Y agrego. La policía de Misiones pareciera que esta para frenar, impedir, detener y ordenar pero nunca para ayudar; ese verbo puede ser declamado por los medios pero no ejercitado; solamente trasluce una cultura de subordinación permanente y una pulsión por marcar el árbol del poder como los perros que orinan por las veredas.

Y comenzó todo al borde de la impaciencia popular. La danza, el coro, la orquesta, y los presentadores desacostumbrados a las lides culturales, anunciando tema tras tema, diciendo réquiem sin acento, cuando en los ensambles orquestales y corales se enumeran las interpretaciones de una vez al final o al comienzo. El coro sonó afinado pero no así la orquesta que por momentos dio la impresión de la disparidad armónica, aunque puede jugar en su favor el hecho de una pésima organización del sonido con fines específicos a un episodio sinfónico. Una presentación esmerada pero llena de insuficiencias técnicas.

El inefable Mensú Ayala que en su rol de patriarca del folclore misionero, no deja empañar su modo picaflor y dicharachero, aunque el gualambao suene a una enjundia personal y pasional por dar a la provincia un sonido que la represente y supere a sus influencias de polcas y chotis. Tanto premio seguido para el cantor hace parecer que le dan la misma plaqueta en todos lados.

Mientras se realizaban los aprestos para el show central, un grupo de muchachones que llegó con la idea de un recital de rock - de esos propios de forajidos congregados para un delirio desenfocado – no tardó en lanzar la burla y la pavada por aquello que jamás entenderá. Lo confirmó segundos más tarde un celular que sonó con la estulticia cumbiera de “los pibes ladrones de música”.

León empezó con el bloque de sus primeras canciones. Uno de ellos, al escuchar la perfecta sincronización de la banda – como queriendo adaptarse al contexto de un mundo que de lejos se nota que no pertenece y que desea estar en cuerpo presente por el solo hecho de ser joven expresaba: ¡que copado!….a cada rato. Ahora si parece un recital de rock expresó un tipo de unos 30 años - que se pasó estirando los brazos como limpiaparabrisas y moviéndose histéricamente para representar el ritual de un espacio de hordas babeantes.

Cuando Gieco arrancó con los acordes de kilómetro 11 muchos pensaron que se desataba el jolgorio desenfrenado. Vamos a hacer pogo…decían otros desubicados. Chasco. De nuevo a ubicarse en las canciones para pensar.

Señoras – muy señoronas - cuando escucharon alegorías a la Argentina de la dictadura y reivindicaciones de luchas que les resultaron incómodas por los que desaparecieron por soñar con otro país, redondearon los glúteos en las reposeras con ganas de levantarse.

Evidentemente hay una Misiones pacata, que se molesta por aquello que le suena de ultramundo, como los hechos sucedidos en otras latitudes urbanas, pero que a la hora de rasgarse las vestiduras está en primera fila reclamando por el olvido permanente y el federalismo del reparto; no se puede pedir por lo que no se lucha, ni esperar nada sino se participa del dolor generalizado; aunque Misiones tuvo sus desaparecidos, casi estoy seguro que – oportunamente – se anotaban en el discurso del “por algo habrá sido” y en la suertuda condición de tener un pariente o amigo militar.

La organización visual del evento tuvo serias falencias porque no observó los ángulos del espectáculo, quedando una perspectiva angosta; el campo de atención escénica no fue pensado para más de 45 grados de ángulo y visibilidad. Las pantallas gigantes no eran gigantes y fueron mal ubicadas.

Sobre el final, León Gieco cantó mirando esas piedras edificadas por las que pasaron cinco siglos igual; al mirar alrededor se cae en cuenta de que faltan otros 500 para algo cambie; al parecer San Ignacio se tomó muy en serio la idea de la petrificación. Su evolución con relación al que viene de afuera es bastante pobre; no es verdad que el misionero tiene vocación por el turismo; que te sirvan la comida en el mantel que dejó el otro y los mozos espanten las migas de las mesas contiguas a los servilletazos por lo menos manifiestan una dejadez y una falta de criterio para atender al visitante con modos y formas más capacitadas; ¡qué pensará un extranjero! - es la reflexión ineludible.

Cuando terminó todo el evento, comenzó el Vía Crucis afín a la Semana Santa con el retorno a casa. Cientos de jóvenes y maduros no tuvieron más remedio que esperar a la vera de la ruta la llegada de un colectivo de cabotaje. Casi 4 horas hubo que suplicar mirando a esa luna llena cada vez más fría, el paso de un primer micro, que por obvias razones se atiborró en cuestión de segundos a los empujones. Matrimonios con chicos en brazos eran impiadosamente desplazados en el remolino de desesperados por volver. Y vale la pregunta. ¿Cómo se les ocurre hacer un espectáculo en San Ignacio sin prever el elemental servicio de ida y vuelta con unidades puestas a tal fin? Es claro que lo único que importó a los organizadores fue el efecto político. Además, quedó palmariamente demostrada la falta de solidaridad de los misioneros de hoy; algunos autos pasaban con lugares vacíos y nadie se detuvo a ofrecer una gauchada para arrimar a cualquier persona hacia Iguazú o hacia Posadas. Esa mentada cordialidad del misionero se rompió en mil pedazos y dejó ver sus partes íntimas ratificando otro costado guaú de una sociedad amante de los efectos especiales. Ojalá el próximo año haya gente con mayor criterio para el montaje de un exigente espectáculo que ya tendría que haber dejado los pañales hace rato. Excrecencias organizativas aparte.

Comentarios

Entradas populares